lunes, 18 de junio de 2012

¿Qué tal, pussycat? (Woody Allen)



El texto de esta semana viene de nuevo de la mano de mi colaborador @josuperezmarín, que nos hablará de una alocada comedia escrita por Woody Allen, en la que comenzaba a fraguar lo que, posteriormente, sería su estilo propio. 

En 1965 Woody Allen firmaba el que era su primer guión, What´s new, Pussycat? Como director debutaría al año siguiente con What´s up, Tiger Lily? Las similitudes entre los títulos son evidentes si bien es cierto la trama no tiene nada que ver, pero este no es el caso de nuestro análisis. El reparto de Pussycat está formado por Peter Sellers (recordado por su papel de actor torpe en El guateque), Peter O´Toole (elevado al estrellato internacional por su interpretación de Thomas E. Lawrence en Lawrence de Arabia y también laureado, si se me permite la expresión, por su papel de refinado profesor británico en El último emperador de Bertolucci), Romy Schneider (la chica en disputa) y el propio Woody Allen que por primera vez se ponía delante de la cámara.


¿Qué tal, Pussycat? es una película que habría que incluir en el género comedia, no obstante éste se queda corto y habría que añadirle el apellido de loca. Así pues con su primer guión Allen marcó las directrices del que iba a ser su cine, en el que explotaría al máximo lo que acabo de denominar comedia loca. Pero más allá de que sea un film entretenido y divertido por lo absurdo de las situaciones, tomo Pussycat con el pretexto de hablar de algo tan cinematográfico como son el espacio y los raccords. Primero dejemos algo claro. Tal y como Noël Burch explica en su Praxis del cine, el raccord es algo más que el cambio de plano, la palabra «raccord se refiere a cualquier elemento de continuidad entre dos o más planos» (BURCH, 1970)*, así encontramos raccords, de mirada, de luz, de dirección, de espacio, etc. En el cine convencional la función del raccord ha sido la de hacer imperceptibles los cambios de plano, para no romper la sensación de veracidad. Cuando alguno de los elementos de un plano A no concuerda (o no sigue) en un plano B estaremos hablando de un fallo de raccord, se ha roto la continuidad, evidenciando en la propia imagen (y esto es lo importante), que hay un mecanismo que la construye.

Sólo una vez aclarado y comprendido el concepto de raccord puedo meterme con ¿Qué tal, Pussycat? y explicar lo que Woody Allen introdujo en este film, que bajo la fachada de la comedia, puede parecer banal.

Imaginemos un decorado y unos personajes, en el caso de Pussycat tenemos a Michael James (interpretado por O´Toole) y a Renée (Germaine Lefebvre) que se encuentran por casualidad en la consulta del psicólogo Fassbender (Sellers). Además de estos tres la sala está abarrotada por demás pacientes a los que apenas conocemos. La continuidad de los planos, del escenario y del atrezzo nos sitúan en uno de los salones de la casa del doctor que ya hemos visitado con anterioridad. Cuando James y Renée cruzan las miradas una cortinilla hortera da paso a otro plano, pero aparentemente, por los elementos que hemos descrito antes, seguimos en la consulta, no obstante serán necesarios un par de planos más para advertir que hemos viajado en el espacio-tiempo fílmico y nos encontramos en casa de James algunas horas más tarde.


La confusión del espectador viene originada por la continuidad musical, escenográfica e incluso del diálogo, entre ambas escenas. En la consulta de Fassbender, Renée hace su aparición tocando un silbato, pero es en la casa de James donde explica por qué lo tocaba, además la explicación se produce mirando al frente como si lo estuviera contando a los personajes reunidos en la consulta cuando el que escucha, y el único que está en la habitación con ella es James, sentado a su lado. En una situación de la vida real es absurdo que lo explique horas más tarde, sólo se entiende gracias al montaje cinematográfico, un montaje que nos ha engañado por unos instantes. 

De manera esquemática, lo que podemos extraer de todo esto es lo siguiente: Podemos servirnos del raccord para crear tensión en el espectador y engañarle, bastará con que haya continuidad en los elementos (atrezzo, ropa, música, personajes, iluminación, decorado, etc.) del plano A y del B, pero ocultar hasta el plano C (o hasta que el plano B se abra con un movimiento de cámara o de zoom) que el espacio, o aún más interesante, el tiempo, ha cambiado.

¡Ah! ¿Por qué lo de Pussycat os preguntaréis? Michael James es un mujeriego que llama gatitas (en inglés pussycat) a las múltiples novias que tiene, lo cual le origina descabellados problemas con su prometida Carole que derivan en situaciones aún más pintorescas. Los momentos finales del film en el hotel constituyen la secuencia más retorcida, extraña y grotesca que he visto nunca. Simplemente Allen. Los que conozcáis su filmografía lo entenderéis. Si se me permite, una recomendación, ved La última noche de Boris Grushenko, pasaréis un buen rato.

La puntuación final de Josu:

Salvo el interesante tema de los raccords What´s new, Pussycat? es un pollo ligeramente churruscado, no llega a estar quemado, pero igual hay que rascar un poco la negrura con el cuchillo. Así pues, le otorgo un 7.                                 

Un abracito.                 

*Véase la primera parte del libro de Burch, I Elementos de base, para saber más sobre el espacio y el raccord cinematográfico, así como sus elementos de ruptura. El libro consultado responde a la 9ª Edición (2008) de Praxis del cine editado en la Colección Arte de la Editorial Fundamentos.

domingo, 10 de junio de 2012

El hombre que sabía demasiado (Alfred Hitchcock)


Llevo una pequeña temporada haciendo una especie de “ciclo” Hitchcock, y esta película es la que me ha parecido más interesante para comentar en el blog. El hombre que sabía demasiado es un film que Hitchcock ya realizó en 1934 (con Peter Lorre en el reparto tras triunfar con M, el vampiro de Düsseldorf en 1931, todo sea dicho) y que vuelve a realizar tras cruzar el charco en una especie de “plagio a sí mismo” en 1956, esta vez con el gran James Stewart y con Doris Day.


La película nos sitúa en Marrakech, donde Ben McKenna (Stewart) y su esposa Jo Conway McKenna (Day) comparten unas vacaciones en las que conocen a un misterioso hombre, Louis Bernard. El hecho de conocer a este hombre agravará su situación hasta el punto de que su hijo sea secuestrado y tengan que hacer lo posible por recuperarlo.

Lo primero que vemos en el film, mientras los créditos van pasando delante de nosotros, es una orquesta, que está tocando la música que acompaña los rótulos. Pocas veces se ve esto, pero, una vez visto el film se comprende la importancia de la música, primordial para la trama. Además, tras los créditos, una frase imprimida en la pantalla: “Un simple golpe de platillos, y cómo estremeció la vida de una familia americana”. Es tan compacta la figura de autor de Hitchcock que incluso antes de que comience la película ya nos ha plantado la semilla de la música en la cabeza, y estamos todo el rato con la mosca detrás de la oreja pensando por qué lo habrá hecho, hasta que lo comprendemos.

Precisamente acompañada de la música está la escena más interesante del film, y, para mí, una de las mejores escenas de las películas de Hitchcock (de las que he visto al menos). Esta escena nos sitúa en el Albert Hall, en Londres, en un ambiente de suspense superlativo, Jo (a la postre la conductora real de la trama de la película) se debate en un debate interno colosal mientras escucha a la Orquesta Sinfónica de Londres (conducida por Bernard Herrmann). La información de lo que va a ocurrir en esa escena se nos ha dado, hábilmente, momentos antes, preparándonos para una escena de 12 minutos en los que estamos con los ojos pegados a la pantalla esperando que ocurra lo inevitable.

Y es precisamente en esto en lo que se basa el suspense de Hitchcock, en darle al espectador la información que el personaje no tiene, en regular el saber, de forma que nosotros esperemos ansiosos cuándo y de qué forma el personaje se dará cuenta y cómo terminarán las cosas. Así, nosotros los espectadores nos convertimos en “los que sabían demasiado”, los que se quedan durante 12 minutos mirando cómo una orquesta sinfónica toca música clásica esperando que ocurra algo. Touché, Alfredo.


Cabe destacar que la música de la cinta está compuesta por Bernard Herrman, hombre que sale en la película conduciendo la orquesta de la escena ya mencionada, y que colaboraría en varias ocasiones más con Hitchcock (componiendo temas geniales como el de Psicosis, el de Vértigo, el de Con la muerte en los talones…). Toda la música salvo la oscarizada canción clave de la película, la famosa 'Qué será, será' (Whatever will be, will be), que todos hemos cantado alguna vez.

Mi puntuación final:

Un 8/10. El hombre que sabía demasiado es un pollito asado, de los que no se tiene el gusto de comer todas las veces que nos gustaría, pero que siempre se disfruta gratamente. En definitiva, un buen plato.

Decir que el título de la película revela lo desastrosa que puede llegar a ser una simple coincidencia, el hecho de saber demasiado puede acarrearte muchos problemas.

Un abracito. 

sábado, 2 de junio de 2012

Shutter Island (Martin Scorsese)



Tras El Aviador e Infiltrados había quedado clara la ambivalencia y la imprevisibilidad de Scorsese, que es capaz tanto de hacer películas que pasan desapercibidas como (y esto es lo que ocurre en el 80% de las ocasiones) crear auténticos mitos.


Y esto es Shutter Island. Dentro de 50 años posiblemente Leonardo DiCaprio mirará hacia atrás y se dará cuenta de todo lo que le debe a este gran director (si no lo sabe ya). No hace falta hablar de la carrera previa de Martin Scorsese, creador de piezas indispensables como Taxi Driver, Goodfellas, Casino o la última, La invención de Hugo, así que comenzamos.

La película desarrolla dos historias, o más bien, una historia “en acto” y otra historia “potencial”, para explicarme primero haré un pequeño resumen: el agente Edward Daniel y el agente Chuck Aule llegan a la institución mental Ashecliffe en Shutter Island para investigar la supuesta desaparición de Rachel Solando, una paciente que ha dejado una nota en su celda: “La ley de 4. ¿Quién es el 67?”. Teddy (Edward) comienza a investigar junto con Chuck y… tendréis que verla, porque a partir de ahora hablaré de forma cristalina, así que, si no la has visto, deja de leer y vuelve después de verla.


Como había dicho, desde el principio de la película hay dos historias. La historia “en potencia” (paradójicamente) es la que se pone en escena durante 120 minutos de metraje, la que nos hacen tragarnos, engañándonos de mala manera, es la siguiente.

Tras llegar en barco, los dos agentes comienzan a investigar esa desaparición. Durante la investigación Teddy descubre que el paciente 67 es Andrew Laeddis, el hombre que inició el fuego en el que murió la mujer de Teddy, Dolores. Descubre el faro (clave en la película), habla con la verdadera Rachel Solando, habla con George Noyce, paciente del Pabellón C al que agrede… todas esas cosas que nos llevan a pensar que Teddy está en lo cierto, que no es una ilusión, sino que está siendo objeto de una trampa...

…si no fuera por…

…los 10 últimos minutos de la película, donde se desarrolla la historia “en acto”, la historia real. Teddy lleva 2 años siendo paciente del centro, es esquizofrénico a causa de el trauma de matar a su mujer (con tendencias suicidas) tras el asesinato de sus hijos por la misma, además de tener duros recuerdos del final de la Segunda Guerra Mundial, concretamente de la liberación de Dachau. Llevan 2 años tratando a Teddy y no ha habido manera de que entrara en razón (salvo en una ocasión, con posterior recaída), hasta este momento, en el que Teddy acepta todo lo que ocurrió realmente y que se había inventado la historia de Rachel Solando (un simple anagrama de Dolores Chanal). Acepta que él es Andrew Laeddis (anagrama de Edward Daniels), el paciente 67. Así, descubrimos que el doctor Sheehan había sido su psiquiatra durante esos 2 años, y que había formado parte de la pantomima interpretando a Chuck.

Hasta aquí todo perfecto, vale, todo formaba parte de un plan radical y extremista para intentar que Teddy aceptara los hechos acaecidos en la primavera del 52, finalmente lo acepta y nos adentramos en la última escena del film. Teddy, sentado en unas escaleras, el doctor Sheehan que se acerca. Teddy vuelve a llamarle Chuck (¿ha recaído?) y éste mira hacia los doctores asumiendo que tendrán que llevarle al faro a hacerle la lobotomía. Pero es la última frase de la película la que nos sume en uno de los finales más abiertos que nunca he visto: “A veces me pregunto si sería peor vivir como un monstruo o morir como un buen hombre”. La pregunta obligada es: ¿realmente ha recaído en su esquizofrenia o el dolor de los recuerdos es tan fuerte que prefiere ser lobotomizado para no recordarlos más? Juzguen ustedes mismos.

Por último, compartir con todos las pequeñas “siembras” que nos hacen sospechar que realmente Chuck es el doctor Sheehan y que la historia real es la que está “en acto”. Por ejemplo, durante los interrogatorios a las personas que compartieron la terapia de grupo con Rachel Solando, los pacientes no dejan de mirar a Chuck, que es insertado varias veces en el encuadre. Otro momento (en el que incluso Teddy sospecha, y esto Scorsese nos lo pone en bandeja de plata) es en el que Rachel Solando (la supuesta paciente) reaparece y no tiene ni una sola herida en los pies. ¿Casualidad? Estas pequeñas pistas, obviamente, se hacen mucho más patentes con el segundo visionado de la película, como ha sido mi caso.

He de decir que se disfruta tanto o más que la primera vez, sobre todo si no recordabas bien la trama.

Mi puntuación final:

Un 9/10. Todo este entramado de paranoias esquizofrénicas hacen de Shutter Island un verdadero taco de pollo, con sazonado, pimientitos, carne e incluso queso, toda una gozada, aunque, a la postre (y si es tu primera vez), difícil de digerir por la cantidad de información que contiene. 

Un abracito.